Supongo que el lector o lectora se habrán enterado. La noticia ha corrido como la pólvora por los medios de comunicación y los mentideros políticos. Repasaré rápidamente los hechos para que se sitúen quienes me leen desde lugares alejados de España. La señora presidenta del Partido Popular de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, aparcó su coche hace unos días en el espacio reservado para el carril bus en la Gran Vía de Madrid. La Policía de Movilidad le pidió la documentación (la suya y la del coche) y ella, en lugar de entregárselas, como hubiera hecho cualquier ciudadano medianamente educado, optó por darse a la fuga, derribando con su coche una moto de la policía y desoyendo las reiteradas órdenes de que detuviese su vehículo. Comportamiento triplemente indebido: aparcar en un lugar prohibido, negarse a entregar la documentación y huir a pesar de las órdenes de detención. Perfecto ejemplo de mal ejemplo.

Comportamiento triplemente indebido: aparcar en un lugar prohibido, negarse a entregar la documentación y huir a pesar de las órdenes de detención. Perfecto ejemplo de mal ejemplo.
Pero, con ser este comportamiento inadmisible en una persona que tiene una responsabilidad política tan importante, lo peor, a mi juicio, ha venido después. La señora Aguirre, que tiene una cara de feldespato, se ha paseado por emisoras de radio y televisión falseando la realidad, inculpando a los agentes de la policía, haciendo bromas improcedentes y acusando a los profesionales que la multaron de machistas. ¿Machistas? O sea que el profesor que suspende merecidamente a una alumna es un machista, el conductor de un autobús que no deja subir a una mujer sin billete es un machista, el portero de un teatro que no deja pasar a una mujer sin entrada es un machista… Lo dicho, cara de feldespato.
Para la señora Aguirre hay dos tipos de ciudadanos, ella y los que quisieran ser como ella. Los que quisieran ser como ella, y no lo son, pertenecen a una categoría inferior. Ella puede aparcar donde quiera, negarse a dar la documentación, no hacer caso a las órdenes, reírse de los agentes, falsear la realidad y decir que ella no dimite porque no quiere dimitir.
Y, como digo, lo peor no fue la reacción inmediata, que se puede explicar por la rabia, la mala suerte de haber sido sorprendida en una infracción fugaz, la prisa por llegar a casa… Lo peor es que, ya en frío, ha mantenido y agravado su prepotente e inadmisible reacción inicial.
Afortunadamente, tanto la alcaldesa de Madrid como la vicepresidenta del Gobierno (ambas de partido), lejos de reírle las gracias, han dicho que la ley es igual para todos y que no ponen en tela de juicio la profesionalidad de la policía.
He dicho muchas ves que no hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo. ¿Qué autoridad le asiste a la señora presidenta del PP cuando insta a los ciudadanos y ciudadanas a cumplir la ley, a responder a los requerimientos de la policía, a respetar los bienes públicos…?
Desde mi punto de vista, lo sucedido es muy grave. Porque desvela unas actitudes que si se ponen de manifiesto de esta manera tan escandalosa en un incidente menor y público, ¿qué puede uno pensar que sucederá en asuntos de mayor trascendencia que permanecen ocultos a los ojos de la ciudadanía?
En una emisora de radio algunos tertulianos, incluida la presentadora, se mostraban muy sorprendidos por el proceder de la señora Aguirre. A mí no me extrañó nada su comportamiento porque pienso que su talante es autoritario, porque su actitud suele ser altiva. Las manifestaciones posteriores me parecieron de una desfachatez inaudita. De modo que no solo no pide perdón a los agentes, que tuvieron una actuación impecable, sino que dice que aparcaron mal su moto, que quien sufre un ataque de ansiedad por multar a una persona famosa no puede ser policía, que hicieron falta seis hombres para imponerse a una “sexagenaria”…
Es la típica reacción del “¿usted sabe quién soy yo?”, “a usted se le va a caer el pelo”, “tenga cuidado con lo que hace”, “usted no sabe con quién está hablando”… Pues sí lo sabemos, deberían haberle dicho los agentes: ”estamos hablando con una ciudadana que debe cumplir como todos la ley, que tiene que respetar las normas, que tiene que servir al pueblo y no servirse de él, que está ahí porque el pueblo la ha elegido, que por ser autoridad tiene que dar ejemplo…”.
Estas son las típicas autoridades a las que uno puede temer. Por eso me ha parecido valiente el comportamiento del policía que acudió a una comisaría a denunciarla. Sin amilanarse, sin achantarse, haciendo lo que hubiera hecho con cualquier otro ciudadano o ciudadana. Este tipo de personas suelen defender a la policía cuando interviene con cierta contundencia en manifestaciones y conflictos. Pero cuando se trata de ellas mismas, la situación es diferente. Ellas no pueden ser multadas, a ellas no se les puede pedir respetuosamente la documentación, no se les puede exigir que se detengan. Pero, ¿por quién se tienen? No saben lo que es la democracia. Ellas vienen de lo alto para hacer su santa voluntad.
Acabo de leer en este periódico que doña Esperanza se pregunta con sorpresa por qué se dedica tiempo a critica su comportamiento dada la gravedad de los problemas que existen. Pues mire, doña Esperanza, se lo diré en breves palabras: porque el mal ejemplo de los políticos y las políticas, en este y otros terrenos, es un problema muy grave. Esa reacción de prepotencia deja traslucir un talante, una actitud, una forma de ser que nada tienen que ver con la democracia.
También he oído a los turiferarios de turno justificar la postura de esta peculiar lideresa popular o explicarla de manera para mi incomprensible. Han dicho que todo se debe a una conspiración de la izquierda, han dicho que le tienen envidia por ser rubia y aristócrata y que ella tiene esos atributos masculinos que tanto admiran algunos empresarios cuando se refieren a ella.
Nunca se insistirá suficiente en el valor que tiene la autoridad en una democracia. Porque en ella la autoridad está al servicio del pueblo, está para dar ejemplo de honradez y de cumplimento de las leyes. Esto se oye una y otra vez en época de elecciones, pero se olvida fácilmente cuando éstas se celebran. Qué tremendo error la postura de algunos políticos combatiendo a brazo partido la imprescindible asignatura de “Educación para la ciudadanía”. Se nota mucho en algunos y algunas que no la cursaron. Este es el caso.
En el libro de Thomas Catchcart y Daniel Klein “Aristóteles y un armadillo llegan a la capital”, que tiene como subtítulo “Las mentiras de los políticos analizadas con humor” se dice: “Pedir disculpas siempre es complicado para los políticos: tienen que parecer humildes pero fuertes, afectados, pero dignos, responsables, pero culpables. No obstante, la combinación de opuestos no ha constituido nunca un problema para los políticos hábiles. Y como lo maestros de la comedia, saben que todo consiste en encontrar un momento preciso”.
Ni eso ha sabido hacer en este caso doña Esperanza. Ella no pide disculpas, da golpes. Ella no reconoce el error, hace bromas. Ella no quiere dimitir y, de hecho, no lo hará. Tampoco la relevarán sus jefes. Pero los ciudadanos y ciudadanas tenemos en las manos la posibilidad de decir en las eleccciones cuál es nuestra opinión al respecto.